Friday, October 17, 2014

Lecciones de un Ametuer: Cómo Encontrar a su Media Naranja (Parte 1)

Era el 27 de Abril de 2011. Hacía menos de 24 horas que había desembarcado del avión que me había traido de me querido Chile y fui rodeado con el amor y abrazos de mi familia. Estaba en casa, pero había dejado parte de mi corazón en Chile donde había dado 18 meses de servicio como misionera de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Un día después de mi regreso, me encontré detrás del volante del auto, mandando a mi mamá a sus clases en la universidad. Cuando vi que mi mamá había entrado a su clase manejé hasta la oficina de me papá. Hasta ese momento me sentía tranquila, solo con un poco de nostalgia por las personas que había dejado en Chile.

Sin embargo, el momento que salí del carro me di cuenta de algo verdaderamente aterrador: ¡estaba completamente sola! (Para alguien que ha trabajado los últimos 18 meses con una compañera constante, es realmente una experiencia extraña). ¡Busqué por todos lados, pero no había nadie! Corrí hacia la oficina de mi papá con la esperanza de terminar mi situación solitaria. Al final del pasillo hallé mi respuesta cuando vi a mi hermano y sus amigos. En desesperación llamé "¡David! ¡Estoy sola!" y corrí todo el pasillo hacía él para escapar mi situación espantosa.

Ahora que lo pienso, sé que fui muy dramática y no puedo sino reírme de mí misma; pero muchos misioneros retornados han pasado por lo mismo y testificarán que es una sensación horrible darse cuenta que, por la primera vez en 18 meses (o dos años para los hombres), estás completamente sola/o, sin nadie a tu lado. Eventualmente vencí mi miedo de estar sin mi compañera misional, pero nunca olvidé lo que había aprendido como misionera sobre el valor de enfrentar la vida con alguien a mi lado. Con un compañero puedes fijar metas increíbles y lograrlas, puedes diseñar planes y hacerlos realidad, surgirán conflictos y serán superados, servicio será prestado y disfrutado, y siempre habrá mucha diversión. Además, por medio de la misión, mi testimonio en cuanto a la familia había crecido también. De hecho, creció tanto que sabía que no podía (o, mejor dicho, no debía) evitar lo que seguía . . . necesitaba encontrar a mi 'compañero eterno.'

Solo tenía un pequeño problemita con esta meta: odiaba salir con chicos (nota: no odiaba a los chicos, solo odiaba salir con chicos). Ni siquiera sabía como comportarme en su presencia. Además, no solo tenía el problema de haber regresado recién de la misión (dónde está prohibido formar relaciones románticos durante su servicio), pero tampoco tenía mucha experiencia en cuanto al amor desde antes de la misión porque había evitado a los hombres como si fuesen una plaga. Para aclarar las cosas, déjame explicar que me gustaba salir con chicos en la preparatoria, pero mi mayor miedo en la universidad antes de irme a la misión era enamorarme con alguien y, por consecuencia, no servir como misionera . . . entonces evitaba el juego complicado llamado "salir con chicos" lo más que podía antes de prestar mi servicio como misionera. Ahora que estaba de vuelta a casa, lamentaba el hecho de que tenía casi nada de experiencia en cuanto a hombres y el mundo de amor.

Debido a mi falta de experiencia, si tuviera que escoger sola una palabra para describir mi primer año después da la misión, sería "difícil." Todavía recuerdo saliendo al final de una conferencia de estaca (una reunión de la iglesia) llorando porque cada discurso se trató de la importancia del matrimonio y la necesidad de salir con otras personas para poder encontrar a su compañero eterno. Aunque el tema era perfectamente adecuado, yo me sentía perdida, inadecuada, y un poco culpable por mi situación soltera porque no me atrevía coquetear (y menos salir) con chicos. El mundo de amor en la universidad era un misterio completo que jamás logré entender. Había recibido todo tipo de sugerencia de amor de amigos extraños, líderes , familia, y más; pero aún no entendía el juego del amor y no lo quería jugar.

Sin embargo, antes de que pienses que pasé un año sin esperanza, déjame decir que si tuviera que elegir solo una palabra positiva para capturar la esencia de todo lo que aprendí durante mi primer año de regreso de la misión, sería la fe. De hecho, seré tan osada para decir que era la fe que me ayudó a encontrar a mi esposo. No fue alguna sugerencia de cómo coquetear mejor o una idea para una cita que me guió a mi media naranja; no, fueron los susurros del Espíritu Santo en que aprendí a confiar que eventualmente me guiaron a encontrar a mi mejor amigo y (ahora) compañero eterno. 

El momento en que mi perspectiva sobre cómo encontrar a mi media naranja cambió por completo ocurrió una noche después de escuchar el discurso del Hermano Wilcox sobre la gracia del Salvador. Esa noche escribí en mi diario lo siguiente: 
No entiendo el mundo del amor, especialmente en la universidad. Siento que podré desarrollar una relación saludable y amorosa cuando ya sepa con quién voy a estar, pero soy tan tímida que la probabilidad de encontrar a esta persona es muy limitada. No lo puedo hacer sola. Muchas veces he pensado: ¿Por qué Dios se preocuparía por ayudarme a encontrar a un chico? Hay tantas cosas de mayor importancia que le pueden ocupar y, de todos modos, es mi responsabilidad encontrar a mi compañero eterno. Aunque lo he pensado, sé que, por supuesto, estoy equivocada en pensar así. No solo son importantes mis deseos para Dios porque me ama, pero también son importantes para Él porque en la perspectiva eterna, necesito un esposo. Encontrar a mi compañero eterno es una de las cosas MÁS importantes y simplemente sucede que es un desafío muy grande para mi . . . muy grande.
Mientras contemplaba todo eso, el Espíritu me habló por medio de un pensamiento claro: Si supieras que Dios tenía todo planeado y sabía exactamente qué es lo que necesitaba pasar para que encontraras tu esposo, ¿te preocuparías? ¡No! Confiarías en el Señor. Esto es lo que está pasando. Sé que necesito hacer un esfuerzo para encontrar a mi esposo, pero Dios sabe mi situación y mis necesidades. Él sabe dónde está mi esposo y mis dificultades en encontrarlo. No puedo superar estos desafíos solita. Necesito la gracia de mi Salvador. Puedo aplicar la gracia de Jesucristo no solo en el proceso milagroso del arrepentimiento, sino también en el proceso complicado de encontrar a mi compañero eterno. - el 6 de Noviembre de 2011
Ahora que reflexiono sobre estas palabras, casi no puedo creer qué tan ciertas eran: No podía encontrar a mi esposo futuro solita. ¡Ni siquiera estábamos en el mismo país! ¿Sabía yo eso en el momento? Por supuesto que no. ¿Lo hubiera entendido si Dios me lo hubiera dicho? Es muy probable que no. ¿Me hubiera ayudado saberlo? No tanto. Lo que Dios sí me dijo era que me tenía presente y que yo debía confiar en Él. Entonces confié--aunque aveces me costó muchísima fe--confiaba. Y esta confianza hizo toda la diferencia. Así que, la primera lección (de un amateur que jamás entendió el mundo típico del amor) es que debemos confiar en Dios. Si pudieras saber el fin desde el principio, jamás dudarías. Y con Dios, sabes el fin desde el principio. Solamente no lo puedes ver. Así que, confía en Dios porque Él sí lo ve, y te guiará en cada paso que das.




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